Por Roberto Pantoja Arzola
La situación que actualmente vive la entidad se ha forjado como una acumulación de tendencias negativas y una amalgama de fenómenos que se han agudizado de forma reciente. La violencia ha sacudido a miles de familias dejándolas sin tiempo para llorar a sus muertos. La inseguridad ha paralizado sectores de la economía y regiones enteras, forzando migraciones y sepultando a jóvenes bajo tierra o detrás del destino de la muerte.
A ello se agrega que la actividad económica muestra tasas de crecimiento por debajo de la media nacional, impidiendo a la planta productiva absorber a una creciente población joven. La marginación y la pobreza es el destino manifiesto de poblados enteros que carecen de los servicios y bienes indispensables para bien vivir. En este entorno, el gobierno de la entidad tiene finanzas públicas comprometidas y altamente dependientes de las transferencias de la federación, y recientemente, de la contratación de deuda y empréstitos.
Esta realidad, que parece oscurecer el porvenir de las siguientes generaciones, no tiene que ser vista como un destino inevitable. De lo más hondo de la Historia de Michoacán, surgen enormes destellos de luz que son ejemplo de que en los momentos más tenebrosos de la historia de los pueblos ha emergido la voluntad humana, siempre rebelde ante la fatalidad, abriendo un caudal de posibilidades de futuro.
De cara al mundo y con la riqueza que da nuestra historia, esta tierra ha aportado al menos dos utopías, dos alternativas desafiantes a la desventura decretada por los poderosos para las mayorías: Vasco de Quiroga y Lázaro Cárdenas del Río se colocaron, desde el poder, del lado de los más humildes, y dieron a este territorio y a su pueblo un destino distinto.
El proyecto Don Vasco, – “Tata Vasco”, para los descendientes de los pueblos originarios- se centraba en los llamados hospitales, mismos que poseían una base productiva propia. Sus equilibrios se sustentaron en las propias tradiciones igualitarias de las comunidades indígenas. La cancelación del trabajo asalariado, así como el otorgamiento de tierras a nuevas familias; fueron solo algunas de las prácticas que conectaron al Michoacán de aquella época con La Utopía de Tomás Moro.
Lázaro Cárdenas del Río llegó a gobernar un Michoacán inundado de injusticias. Según algunos historiadores, el reparto agrario del cardenismo al frente de la entidad alcanzó a más de 16 mil campesinos que recibieron cerca de 150 mil hectáreas de tierras. A esta redefinición de la propiedad en el estado, Cárdenas agregó una fuerte estrategia de alfabetización en esa misma zona, imprimiendo una vocación cuasi evangelizadora que respetaba la lengua materna de los indígenas. El apostolado de Cárdenas en cierto sentido se asemeja a la de Vasco de Quiroga, teniendo como fundamento de lucha común el humanismo para ir en contra de la injusticia y del rezago.
Nada se puede obtener de conclusión en la Historia si solo se proyectan tendencias. El pesimismo es más bien una decisión personal, a la que hay que contraponerle las bases científicas de la lucha por la Utopía.
Roberto Pantoja Arzola es Maestro en Docencia e Investigación por la Universidad Santander y Licenciado en Derecho por la UMSNH. Fue fundador de Morena en Michoacán y dirigente en el estado del mismo, actualmente se desempeña como Delegado Estatal de Programas para el Bienestar del Gobierno de México.