Por Roberto Pantoja Arzola
Sumergirse, buscar respuestas, encontrar el origen. Fenómenos tan complejos como la oleada de violencia en nuestro país no se explican con 3 palabras. Echar de mano al pasado, ver a través de las rendijas, buscar en los cauces de la historia el semillero de la violencia.
Dicho fenómeno desde su propia conceptualización aparentemente surgirá en la antigua grecia, con el pensamiento presocrático griego de Heráclito “la guerra es rey y padre de todos”; de ahí nace la concepción dicotómica desde la cual la violencia se apropia de propiedades que van desde la separación o el rompimiento hasta la creación de algo nuevo, lo que destruye lo que engendra.
Siglos más tarde, a partir de este postulados clásico, dicha idea de la violencia se retoma desde posturas del pensamiento moderno en donde Benjamin (1999) la define como un fenómeno que “se corresponde con un conjunto de relaciones de poder, las cuales se basan en la disparidad, en la falta de equilibrio… pone de manifiesto la violencia como elemento fundante de las relaciones sociales.. no existe igualdad, en el mejor de los casos hay violencias igualmente grandes”. Desde este punto de vista, el ejercicio violento, se adhiere y sostiene las relaciones sociales así como los sistemas económicos y de producción.
Es sabido históricamente, que la violencia tiene fundamentos económicos y despojarse de esa connotación es un acto imposible para la reflexión crítica. Los modelos sociales y económicos determinan las relaciones entre pares. La relación que tenemos con el otro, es determinante en correspondiente con nuestra relación de poder. Alternos, y subalternos, desde la teoría de Spivack en la que se establece sistemáticamente la violencia según la capacidad adquisitiva, el color de piel, raza, estratos culturales y de género. Una pirámide estructural de las relaciones de poder, y por tanto, un sustento de las relaciones violentas.
Desde la perspectiva actual, la lógica carroñera de la oposición celebra las dificultades que ha tenido el gobierno del presidente Lopez Obrador para enfrentar a la crisis de seguridad, sin rebobinar un pasado, que deja entrever un neoliberalismo con las manos ensangrentadas, lleno de fraudes electorales, autoritarismo total, alta traición y con la corrupción como estandarte. Una crisis de seguridad que no surgió ayer, sino que es heredada tras décadas de abuso del antiguo régimen bajo un mito fundante en el que el neoliberalismo y el capitalismo son sinónimos de democracia.
Tras años de subsistir en un sistema económico insostenible, en donde la acumulación de riqueza y capital son la única y principal prioridad, se generan relaciones estructurales que permean y florecen actos de marginación y violencia. Lo cual, se traduce en un oleaje exacerbado de violencia estructural y sistematizada que permea en todos los estratos y tejidos sociales. Es aquí, donde el régimen neoliberal pierde de vista la tragedia humana que había detrás de cada delito cometido y enfrenta con armas, fuego y sin estrategia social. Una guerra declarada que no hace más que acrecentar el derramamiento de sangre.
Además parte de la narrativa golpista de la oposición centra su discurso en una tergiversación deleznable de la locución “abrazos, no balazos”, desde donde critican la estrategia de seguridad argumentando que López Obrador está del lado del crimen organizado. Hasta el momento no se ha visto a agentes de la guardia nacional ni de la sedena abrazando delincuentes. La estrategia, basada desde una perspectiva humanitaria, busca crear el menor conflicto y atacar las problemáticas sociales desde raíz, no con el derramamiento de sangre y una guerra declarada, que, como vimos hace algunos años, no funciona. Datos recientes de la SSPC han dado a conocer que el homicidio doloso ha disminuido 17.1%, siendo el pasado “mes de abril, el más bajo desde hace cinco años”.
Frente a este cambio en las tendencias delictivas, cabría esperar que la oposición acuse incredulidad, sin embargo, la mermada calidad moral de sus voceros va en detrimento de esa posición propagandística.
La supresión de las violencias, no será posible sin estrategia social, es ésta el principal factor coadyuvante en la reestructuración de un tejido social, roto, dolido y completamente corroído por las fuerzas opresoras y autócratas. El camino reside en la planificación social, el combate a la corrupción, la repartición equitativa de la riqueza, el establecimiento del estado de derecho y la lucha por la justicia social.